El ser desafecto al régimen de Trujillo le trajo a mi padre y por ende, a la familia, serios problemas de toda índole. En el 1955 vivíamos en la Arzobispo Portes 11, frente al parquecito y gracias a la intervención de Don Cucho Alvarez, gran amigo de mi tío el Cardenal Beras Rojas y hombre ecuánime y conocedor de la situación, logró que Trujillo nombrara a mi papá en el Departamento de Cremería del ingenio Consuelo. (Al marcharse el suizo quesero, mi padre siguió fabricando el famoso queso Patrón de Oro, como sesenta veces mejor que el de ahora. Recuerdo el rico sabor del queso y una especie de pantaloncillo que se le ponía para curarlo).
Aquello fue un acontecimiento. Primero iríamos a vivir a una casa que alquilamos a nuestro pariente el Dr. Ricardo Martínez, en el kilómetro tres de la carretera San Pedro-Hato Mayor, al lado de los Nina, mientras se desocupaba una de las buenas casas que había en el ingenio.
En mi casa había muchos "tereques" y la mudanza se programó para las tres de la mañana, de manera que el vecindario no se diera cuenta. No hay cosa más terrible que la mudanza de un desbaratado. El "Catarey" debía llegar entre las dos y las dos y media de la madrugada.
José Dolores Martínez, un hermano de crianza, fue apostado en la esquina Isabel la Católica para que el camión llegara lo más silencioso posible.
Se había hecho un diseño del viaje. Las cosas que llegarían a Macorís se montarían primero y las que se iban a ir tirando en la carretera al amparo de la oscuridad, quedarían detrás. No se podía hablar duro. No se podía dejar caer nada. Todo se hacía por señas. Parecía una mudanza de un grupo de Monjes Cartujos con voto de silencio.
Pero yo, tenía que ser yo, como dijo mi papá, impresionado por aquel camión tan grande, me metí en la cabina a admirar más de cerca tantas palancas y botones, en compañía del chofer a quien le había llevado una taza de café.
El pedal del freno de esos camiones no era convencional. Tenía la conformación de un acelerador y yo lo pisé. La hecatombe. Ese sistema trabaja con aire a presión que se va acumulando en un tanque y que bota la sobrecarga estruendosamente por una válvula de seguridad, como si fuera una olla de presión.
El escándalo que fue mayor al romper el silencio de la madrugada e hizo que medio vecindario se despertara y fueran a averiguar a mi casa y, como era de esperar, la solidaridad no se hizo esperar y algunos ayudaron a cargar tereques viejos, teniendo mi mamá que explicar que eran añosos artículos heredados que ella se resistía a botar por motivos sentimentales.
Yo sabía lo que me venía encima. Nada más por las miradas de toda la familia sentí la necesidad de que me pusieran una antitetánica. Ya antes de partir me habían dado como cuarenta jalones de oreja y me habían puesto a ver a Dios comiendo arroz, que era halando hacia arriba los pelitos de las patillas.
Me condenaron a hacer el viaje en la cama del Catarey con "El Gordito", un amigo de José Dolores, en cuyo carro público iban mis padres y hermanos, además de los peones. La consigna era que, cuando el carro frenara, el camión también para poder botar los tereques. Pero cada vez que eso pasaba, alguien me soltaba un ramplimazo por la vergüenza que les hice pasar.
Al llegar a la casa de San Pedro, la presencia de un ratón y las carreras de mi papá detrás de él con un palo, diluyó el asunto entre risas y comentarios.
(TOMANDO DEL DESAPARECIDO PERIODICO EL SIGLO)
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